Ya sabes Jhonny que soy un apasionado de la tecnología. Siempre
he pensado que el desarrollo de la ciencia junto con la aplicación de
innovaciones técnicas en el día a día de nuestras variables vidas es una
bendición de la inteligencia humana. Sin embargo no soy un geek ni un fan ático de los chismes
de alta tecnología ya que, por sobre todo, soy un amante de la vida sencilla
(tanto que cuando compré el teléfono móvil que actualmente tengo de entrada le dije a
la vendedora: “Sólo quiero una cosa con la que pueda hacer y recibir llamadas y
mensajes, nada más, no quiero complicarme la vida como esa recua de enajenados que andan por ahí con los ojos pegados a las pantallitas sin darse cuenta que lo que verdaderamente importa está fuera de las mamonas pantallitas y no dentro de ellas... zombies de mierda”), de una vida en la cual la tecnología esté a nuestro
servicio para hacernos las cosas más fáciles, más simples y más seguras sin
mayores complicaciones. De entre toda la avalancha de innovaciones que día a
día inundan los portales y blogs dedicados a los asuntos tecnológicos hay un
tema del cual estoy pendiente siempre: la robótica. Es verdaderamente
apasionante, por un lado, y en los últimos años verdaderamente perturbador, por
otro. Lo de apasionante va por el gusto que encuentro en el camino que la
investigación en robótica está siguiendo para producir mecanismos
independientes capaces de realizar funciones/trabajos/ayudas para el género humano, robots con
tareas bien definidas para labores industriales, comerciales, domésticas o
incluso terapéuticas. Lo de perturbador va por la tendencia que muchos
investigadores están siguiendo para crear robots ya no tanto de apariencia
antropomorfa sino de aspecto completamente humano. Y, como va la cosa, la
aparición de un androide capaz de soñar con ovejas eléctricas podría dejar de
ser parte de la obra literaria de Philip K. Dick para convertirse en una
incómoda realidad. Habla, ¿vas o no vas?