jueves, 9 de enero de 2014

Humanos Eléctricos



¿Sueñan los humanos con "personas eléctricaS"?

   Ya sabes Jhonny que soy un apasionado de la tecnología. Siempre he pensado que el desarrollo de la ciencia junto con la aplicación de innovaciones técnicas en el día a día de nuestras variables vidas es una bendición de la inteligencia humana. Sin embargo no soy un geek ni un fan ático de los chismes de alta tecnología ya que, por sobre todo, soy un amante de la vida sencilla (tanto que cuando compré el teléfono móvil que actualmente tengo de entrada le dije a la vendedora: “Sólo quiero una cosa con la que pueda hacer y recibir llamadas y mensajes, nada más, no quiero complicarme la vida como esa recua de enajenados que andan por ahí con los ojos pegados a las pantallitas sin darse cuenta que lo que verdaderamente importa está fuera de las mamonas pantallitas y no dentro de ellas... zombies de mierda”), de una vida en la cual la tecnología esté a nuestro servicio para hacernos las cosas más fáciles, más simples y más seguras sin mayores complicaciones. De entre toda la avalancha de innovaciones que día a día inundan los portales y blogs dedicados a los asuntos tecnológicos hay un tema del cual estoy pendiente siempre: la robótica. Es verdaderamente apasionante, por un lado, y en los últimos años verdaderamente perturbador, por otro. Lo de apasionante va por el gusto que encuentro en el camino que la investigación en robótica está siguiendo para producir mecanismos independientes capaces de realizar funciones/trabajos/ayudas para el género humano, robots con tareas bien definidas para labores industriales, comerciales, domésticas o incluso terapéuticas. Lo de perturbador va por la tendencia que muchos investigadores están siguiendo para crear robots ya no tanto de apariencia antropomorfa sino de aspecto completamente humano. Y, como va la cosa, la aparición de un androide capaz de soñar con ovejas eléctricas podría dejar de ser parte de la obra literaria de Philip K. Dick para convertirse en una incómoda realidad. Habla, ¿vas o no vas?

  Me gustan los robots, me gustan esas máquinas capaces de realizar labores altamente eficientes bajo una programación determinada; me gustan los robots de aspecto desgarbado, estilizado o bastante extraño que se trasladan de un sitio a otro en un edificio llevando objetos o ayudando a los visitantes; me gustan los robots destinados a facilitarnos la vida realizando trabajos que pueden ser peligrosos o fastidiosos para nosotros; me gusta que el desarrollo de la inteligencia artificial en robótica esté dando indicios de que en un futuro los robots van a ser capaces, gracias a su programación, de tomar decisiones por sí mismos; me gustan incluso los robots de aspecto antropomorfo o que imitan la morfología de algún ser vivo no humano, no por el hecho de buscar empatía en esto sino porque la arquitectura biológica es una excelente inspiración para el desenvolvimiento de ciertos robots; me gustan los robots de verdad, aquellos en los cuales puedo ver que son máquinas creadas por nosotros, diseñadas por nosotros, controladas por nosotros y que nos sirven a nosotros; incluso me gustaría, si tal cosa se puede, tener algo así como “amistad” con esas máquinas. Pero lo que no me gusta(ría) es ver esta huevada: 


  Es decir… ¡¡¡Por la pvta madre, Jhonny, pero qué caraxos es esto!!!  Ya, supongan que estamos veinticinco años en el futuro y que estas... cosas son comunes en nuestras vidas. O sea, imagínense entrar a un edificio de oficinas, un hotel o un restaurante y ser recibidos por un “individuo” de humanidad dudosa o no tan dudosa (modelo superultravanzado) que nos engatusa el sistema de empatía humano y nos ofrece acompañarnos y ser nuestro anfitrión… ¿Cómo diablos se sentirían? Y si en veinticinco años nos hemos (en mi caso muy particular lo dudo) acostumbrado a interactuar con máquinas de aspecto humano que caminan por allí y por allá, ¿qué tipo de consideración tendríamos hacia esas cosas, cómo las trataríamos, como a seres humanos? Lo que me desconcierta de la investigación actual en robótica es la insistencia de ciertos investigadores (de dudosa humanidad, lo afirmo) en encauzar todos sus esfuerzos y recursos para lograr el humano artificial perfecto. ¿Por qué perder el tiempo en crear muñecos animados de tamaño extragrande cuando se podrían desarrollar proyectos mucho más interesantes y más útiles para nuestra sociedad como robots especializados en el trabajo fuera de la Tierra o nanorobots que puedan entrar en nuestros cuerpos para operarnos desde dentro? Y lo peor de todo, además de este juego del Creador Mecano Divino que algunos científicos y técnicos tienen entre manos (auténticos pelmazos de dudosa humanidad, lo afirmo) también la investigación en el campo de la inteligencia artificial está orientándose con seriedad hacia algo que hasta hace unos años pertenecía al universo de los replicantes y otras creaciones de la Ciencia Ficción: la emulación artificial de las emociones humanas. 


  Queridos lectores, arriba tienen a Hiroshi Ishiguro, el director del Laboratorio de Inteligencia Robótica de la Universidad de Osaka. "Oh, pero, señor Falcvs, ¿resulta que tiene un hermano gemelo?" No, estimados: la cosa de la izquierda es Geminoid HI-1, un prototipo de investigación hecho a imagen y semejanza de su creador (¿en dónde hemos escuchado esa frase...?), el propio Ishiguro. Este desubicado sostiene que como en el futuro los robots van a interactuar cotidianamente con los seres humanos es esencial investigar la mejor manera en la que esta interacción podría llevarse a cabo. Para este tecnocientífico japonés (en materia de robots humanoides los ponjas son los más enfermitos) generar una empatía “natural” con esas máquinas tendría que ir de la mano con la fabricación de robots de apariencia humana. Ishiguro y su personal trabajan en la perfección de los moldes de silicona que imitaría la piel, en una mejor estructura y movilidad de los esqueletos metálicos, en la réplica mecánica de los gestos faciales que corresponderían a diversos estados de ánimo, incluso para lograr una emulación aún más perfecta trabajan en crear mecanismos de parpadeo, respiración y hasta tics nerviosos (¡¡¡oh por el amor de Dios!!!). Con el objeto de sustentar su idea acerca del acercamiento empático entre humanos y robots de aspecto humano Ishiguro usa al Geminoid HI-1, operado de manera remota, para dictar clases en la universidad, actividad con la cual además dice que puede evaluar la respuesta de sus alumnos ante una entidad artificial que, aunque de manera limitada, habla y se mueve en una silla como su profesor de carne y hueso. Lo que aún no ha tocado Ishiguro y su equipo es lo que concierne a la inteligencia humanizada de sus creaciones. Para él no bastaría con que un robot pueda verse y moverse como un ser humano verdadero para que máquinas y hombres convivan en un ambiente libre de prejuicios, pero diseñar una conciencia artificial es un camino aún más difícil de recorrer que el de encontrar la combinación perfecta de componentes químicos para lograr una apariencia de piel humana real para sus robots.
  ¡Qué asco!
  Tal vez pretender que la inteligencia artificial que se quiere desarrollar para los futuros robots sea como la humana es un absurdo. Con la distancia respectiva sería como pensar que para construir máquinas voladoras deberíamos imitar a la perfección el vuelo de las aves, batiendo las alas, algo que se intentó pero que no llegó a buen fin. Lo más lógico es pensar que si de alguna manera, en el futuro no tan lejano, nuestra ciencia logra desarrollar una inteligencia artificial efectiva para los robots que van a estar con nosotros esta inteligencia no va a ser como la inteligencia humana. Va a ser un tipo de inteligencia única, un conjunto de procesos cognitivos creados por una ciencia determinada para hacer que máquinas fabricadas gracias a esa misma ciencia puedan desenvolverse de manera eficiente para las tareas a las cuales son destinadas, o tal vez sea mejor decir programadas. Y este tipo de inteligencia, aunque no nos hemos dado cuenta, ya está presente en nuestra vida cotidiana. Claro que sí, Jhonny, aunque no es una inteligencia similar a la nuestra. En el mejor de los casos tal vez sea comparable a la que puede tener un insecto para reaccionar frente a diferentes estímulos ante los cuales es capaz de aprender y responder a posteriori gracias a ese aprendizaje. Un principio de programación muy sencillo. Este tipo de inteligencia no orgánica funciona en nuestros hogares dentro de los chips de nuestros electrodomésticos y de todo tipo de chiches tecnológicos que llevamos encima, pequeños ordenadores que son capaces de tomar decisiones y discernir por nosotros. Claro que responden a una programación de fábrica, pero no deja de ser un tipo de inteligencia que, en muchos casos, es adaptativa. Michio Kaku, el físico teórico norteamericano más respetado de la actualidad (realmente soy su fan... fan, no fan ático), futurólogo de renombre y responsable de popularizar la ciencia para que esta sea entendida de manera didáctica, dice que “los robots humanoides que puedan pensar, sin embargo, van a ser una decepción. Los robots el día de hoy, y en el futuro cercano, no van a ejercitar la creatividad, la imaginación, la experiencia, el análisis, el talento, el sentido común o el liderazgo. Esos rasgos van a permanecer por completo en la esfera humana durante décadas por venir.” Un comentario que, por lo menos en lo que se refiere a la tan buscada inteligencia robótica, me da bastante tranquilidad viniendo de una de las máximas luminarias de la ciencia actual. 
  Puedo volver a dormir en paz.
  Pero me sigue sacando canas esa tendencia sin nombre de algunos degenerados por lograr cumplir el lema de la Corporación Tyrell: Más humanos que los humanos. ¿Para qué, por qué hacerlo? ¿Son seres humanos de pobre humanidad incapaces de sentirse a gusto con su propia especie y que buscan crear cosas con las cuales sentirse a gusto, como el ingeniero genético J. F. Sebastian de Blade Runner?  Sería algo francamente inquietante caminar por la calle y no ser capaz de distinguir quién tiene vísceras y quién tiene cañerías por dentro. No entiendo de qué manera los sueños desorbitados de algunos investigadores por manufacturar “personas” eléctricas puede ser un beneficio para la humanidad. Francamente no le veo ninguno, y todo ese rollo de la empatía hombre-máquina me suena a puro floro de un gran número de personas que no pueden socializar de manera correcta y que viven en perpetua soledad emocional.
  O...
  O tal vez el único fin de tanto gasto en desarrollar la tecnología que pueda fabricar robots de apariencia humana sea meramente comercial y esté más guiada por intereses de diversión interactiva que por otra cosa. ¿Qué quiero decir con esto? A ver, qué es lo que a los caballeros y a las damas les puede sugerir la siguiente imagen:


  Ya, claro, cochinete me estarán llamando, enfermito. Pues cualquiera debe aceptar que la imagen es más que insinuante y que Robotín y Robotina allí arriba demuestran tener unos cuerpazos que algunas y algunos ya quisiéramos. Yo por lo menos quisiera tener la estructura anatómica de Robotín, se ve recontra duracel. Ahora bien, esto es un gráfico, no son prototipos que existan en algún taller de maravillas tecnológicas, pero es la idea básica bajo la cual se están haciendo buena parte de los estudios para desarrollar robots Más humanos que los humanos. Si un robot, en tanto es una máquina, está destinado a servirnos, ¿a santo de qué deberían dotarlo de protuberancias en su estructura corporal a manera de remedo de los senos femeninos o de los genitales masculinos, para qué esmerarse en diseñar formas armónicas en su anatomía electromecánica si es suficiente con que tengan un diseño meramente funcional, cuál es la razón para ponerle rostros como los de sus creadores si basta con los respectivos sensores de visión y audio? ¿Puedes darme una respuesta coherente, Jhonny? Los entusiastas de esta abominación empezarían a argumentar que el parecido extremo con sus creadores serviría para que los robots que tengan que trabajar y vivir directamente con las personas sean así más aceptados por la sociedad humana y bla-bla-bla y yada-yada-yada. Lo que yo veo es simplemente el deseo de llenar un vacío. ¿Cómo es eso? Bueno, lo he puesto ya en líneas anteriores y lo remarco ahora: en ocasiones el ser humano demuestra ser una criatura francamente patética, su aparente soledad lo supera pasando a buscar compañía donde no debe, y si es incapaz de encontrarla la imagina, la crea, la fabrica, produce objetos destinados a llenar esa soledad. Las muñecas y muñecos sexuales (creaciones a veces muy realistas de mujeres y hombres de látex) son una muestra de ello, y el mercado de estos caros juguetes sexuales va in crescendo. ¿Estoy desvariando? No lo pienso así. Dado el individualismo que poco a poco se va propagando en las sociedades tecnificadas de la Tierra no creo estar muy equivocado al augurar que un día varios despistados van a vivir algo como esto:

  
  Es el paso lógico a partir de las muñequitas y muñequitos de goma hiperrealistas que satisfacen las noches de soledad de aquellos que son incapaces de mantener relaciones humanas reales. Sexdroids. El futuro de los juguetes sexuales de alta tecnología se está gestando, lo quieran o no, en nuestros días. ¿Qué, piensan que me estoy excediendo y que a las 03:43 am de hoy jueves mi mente ya está desvariando? ¡Pues ná! Para información de ustedes, público lector, los, uh, embriones de los sexdroids ya existen. ¿Qué no? Pues bien, lean la definición que la RAE da sobre la palabra robot: “1.m. Máquina o ingenio electrónico programable, capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas solo a las personas.”Vuélvanla a leer y reflexionen sobre la existencia en el mercado especializado de vibradores, penes y vaginas artificiales programables gracias al chip incorporado y que son capaces de ejecutar su función según el capricho del momento del usuario. ¿Ah que estoy equivecado, en serio piensan eso? Pequeños robots destinados a dar placer a los humanos, máquinas que emulan, de alguna forma, a espermatozoide y óvulo en un precedente real y funcional de los futuros robots de placer sexual que como Gigolo Jane y Gigolo Joe venderán sus servicios para consolar corazones abandonados y satisfacer a los buscadores de lujuria tecnófila. Patético. ¿Quieres ver algo asqueroso? Pincha aquí.


  Bueno, no es esa la razón por la cual estoy en contra de la humanización de los robots. Que un ser humano pierda la chaveta buscando una máquina para mandarse un revolcón con un montón de metal, plástico y jebe no es asunto mío. Si estoy en contra del desarrollo de programas que buscan crear robots de apariencia humana es por lo absurdo, ridículo e inservible que esto me parece. Pretender suplantar a los humanos y a lo que los humanos podemos darnos los unos a los otros (confianza, igualdad, amor, placer) es un signo de la decadencia de las emociones de una sociedad. Me gustan los robots, me fascinan, estoy al tanto de su desarrollo y espero, sinceramente, tener uno o más en mi hogar un día. Me gustan los robots, son máquinas excepcionales y de las cuales estoy seguro que van a hacer mucho por mejorar nuestra calidad de vida liberándonos de las tareas que no queremos hacer, ayudándonos en aquellas que nos gustan, dándonos más tiempo para dedicarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes y, por qué no, convirtiéndose a su manera y regidos por su propia personalidad robótica en una suerte de amigos o compañeros. Máquinas complejas de inteligencia simple y lógica con las cuales vamos a convivir dentro de poco. ¿Sueñas con “personas” eléctricas, Jhonny? No, eso más bien te generaría pesadillas. Yo más bien sueño con que un día un par de fieles y nada humanizados compañeros robóticos estén conmigo y mi familia en mi hogar. Serían una gran ayuda para sacar a pasear a mis tres perros y... 



Jhonny... esos robots humanizados me dan miedo... Uatafak!!!



ANEXVS

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