¡ Qué tales mangoS !
Pueden ser medianos, pueden ser grandes, ¡pueden hasta ser enormes!; pueden ser duritos o blanditos; son siempre jugosos, y, según sea el caso, extremadamente deliciosos; son un placer para la vista entrenada y un tremendo placer hasta para el paladar menos curtido; y nadie, nadie, ni hombre ni mujer, puede escapar a sus naturales encantos; comérselos es una delicia, y aunque siempre me disgustó ver cómo lo hacían, ahora sé que chuparlos es un auténtico placer del cual es imposible escapar. Mangos, mangos, mangos, mami, qué ricos son los mangos...
¡¡¡ JHONNY !!!
Vaya, discúlpenle la travesura, no me refería a esos mangos, sino a estos:
Vaya, discúlpenle la travesura, no me refería a esos mangos, sino a estos:
Bien, aclarada la verdadera naturaleza de esta entrada pasaré a contar mi experiencia con los mangos.
La fruta siempre me ha gustado. En todo caso la fruta que es dulce y la ácida (el tomate es una fruta pero no me gusta comerla en estado natural por las características de su sabor). Toda mi vida he comido frutas. Durante años (por un capricho de gustos y disgustos) reemplacé mis necesidades de verduras por fruta, fruta y más fruta, a tal punto que habían días en los cuales lo único que comía, mañana-tarde-y-noche, era fruta en estado sólido, semisólido y líquido.
A exepción de una.
A exepción de una sola fruta que, para mí, era imposible de consumir.
Desde los nueve años.
Y la causa por la cual para mí era imposible comerla se originó en un trauma.
Un trauma que tenía que ver con las buenas costumbres y la prístina educación para comportarse en la mesa que recibí en la infancia (prístina educación que con el tiempo se evaporó, a Dios doy gracias).
Claro, ya para qué darle tanta vuelta, esa fruta era el... ¡¡¡ MANGO !!!
¿Y por qué era que no me gustaba?
Como dije antes fue por una cuestión de educación, de buenos modales. Me habían enseña a comer la fruta, si es que estaba sentado en la mesa, con cubiertos. Claro que si no estaba sentado a una mesa para la degustación de mi alimentaje frutícola podía usar las manos. Pero en la mesa la fruta se servía en plato y se comía con cubiertos (a excepción de las uvas, que yo recuerde).
Ahora bien, es bastante posible (algo más que probable) que antes de lo que viví ese aciago día haya comido mangos, pero la verdad es que no guardo ningún recuerdo de eso... Tal fue el poder del trauma recibido.
Sucedió en un mes de octubre. En un almuerzo de fin de semana. Estabamos sentados a la mesa toda la familia y dos de las hermanas de mi señora madre. La cosa marchó sin contratiempos hasta el momento de la sobremesa. Como siempre, una vez acabados los alimentos, nos quedábamos (el que así lo deseaba, claro) a departir cualquier cosa de la cual se pudiera hablar. Cafecito para los adultos, alguna gaseosa para los niños, y tal vez algo de comer. Pero en vez de galletitas y pastitas lo que llegó a la mesa fue una fuente.
Una fuente llena de mangos.
Una fuente llena de mangos enteros, dentro de su cáscara, grandes, enormes mangos sin pelar, de piel rojiza, naranja y verde, maduritos, exquisitos, deliciosos (supongo, digo, ¿no?, supongo, ¿no?, digo, muchacho, diiiigo). ¿Por qué los habían traído así? En la fuente, junto con los mangos, habían unos cuatro o cinco cuchillos de pelar fruta. Era una situación bastante inusual.
Mi padre se levantó, dijo buen-provecho-muchas-gracias y se retiró del comedor. Él nunca lo supo pero en ese momento Dios lo bendijo con la divina ignorancia... ¿o es que sabía que iba a pasar algo de carácter traumático? Mis hermanos se levantaron, dijeron lo que tenían que decir y también fueron benditos por Dios con la divina ignorancia... ¿o es que también sabían que iba a pasar algo de carácter traumático...? De hecho mi hermano y mis dos hermanas, los tres, me pidieron, prácticamente me rogaron, que vaya a jugar con ellos pero... Ya saben, si son fervientes seguidores de mi letra fácil y no tan fácil (y ya que están por aquí me alegra que lo sean) sabrán que una de mis debilidades/fortalezas es la curiosidad. Así que de puro curioso me quedé en la mesa con mi señora madre y mis señoras tías pues no entendía qué papas era lo que iba a pasar con esos mangos ni pelados ni cortados ni puestos en platos individuales llegados a la mesa.
Una muy mala decisión.
¡Oh, Dios mío, por qué no me bendeciste también con la divina ignorancia, POR QUÉ!!!
El grotesco espectáculo del cual sería testigo a continuación me marcaría durante más de tres décadas.
Así que estaba sentado a la mesa junto con tres mujeres de entre 25 y 35 años, tres hermanas que cada vez que se juntaban hablaban hasta por gusto de cualquier cosa (entre importantes y francamente absurdas). Comenzaron a parlotear como solamente las hermanas adultas parlotean cada vez que se juntan y yo me quedé esperando la resolución del misterio de los mangos sin pelar mientras que simulaba escuchar cualquier cosa que estuviesen diciendo.
Entonces empezó...
Jhonny, te juro que cada vez que he recordado ese incidente era algo bastante desagradable, me causaba dolores de cabeza, núaseas, y rememoraba al borde de las lágrimas la imagen sempiterna que guardaba de esa sobremesa, la vívida imagen de estar frente a un pecaminoso aquelarre celebrado por tres desagradables hechiceras... Oh, Dios, Dios bendito, perdóname por mi falta de comprensión, te lo ruego, ¡¡¡pero es que en ese momento fue demasiado!!!
Lo primero que hizo la bruja mayor (es decir mi vieja) fue tomar el mango que estaba en el tope superior de la ofrenda ceremonial (es decir todos los mangos) y, después de observarlo con lujuria y llevárselo a la nariz de una manera más que obscena, depositolo frente a ella y empezó a acariciar la tersa piel de la fruta con la diestra mientras que con la siniestra cogió otra de las ofrendas frutales y se la dio a una hermana para luego hacer lo mismo con otro de los mangos satánicos y dárselo a la otra maga. Ambas nigromantes repitieron lo mismo que hiciese la Nigromante Mayor en medio de palabras incomprensibles, de una lengua arcana como nunca antes se había escuchado en esa bendita casa de Dios que ocasionó un oscurecimiento sobrenatural del comedor, un lugar santo que tenía una hermosa luz divina a toda hora del día y de la noche, amén. La infernal cháchara cesó abruptamente. Mi madre tomó su cuchillo de pelar fruta, levantó su mango de color naranja con tintes verdes y rojos hasta la altura de los ojos y empezó a susurrar algo que no llegué a entender con claridad pero que me heló la sangre. Sus hermanas repitieron los mismos movimientos. Las tres se quedaron inmóviles, estatuas malévolas contemplando corrompidos objetos. Y de pronto, sin advertencia alguna, de improviso, sin que nadie me avisase, un grito que hizo que todos los pelos de mi cuerpo se pusieran tiesos como el más duro de los palos:
-¡¡¡AYYYYYYYYYHIJAAAAAAA-AAAAQUEEEEENOOOOOOSAAAAABEEEEESSS!!!
Y ¡¡¡JUÁS!!! que sale volando el cuchillo de pelar fruta y se entierra en el mango ceremonial y ¡¡¡REJUÁS!!! que las otras dos hechiceras hacen lo mismo mientras gritan de manera horrísona:
-¡¡¡QUÉÉÉÉÉÉCOOOOSAAAAHIIIIJAAAA-CUUUEEEEENTAAAAACUUUEEEEENTAAAAA!!!
Era, y recién ahora puedo hacer la comparación, como escuchar el grito de los Nazgul de "El Señor de los Anillos", hiriente, horripilante, me daba la impresión de que mis tímpanos iban a estallar y al mismo tiempo se me congeló el cuerpo, casi me convertí en piedra por el miedo, de verdad era incapaz de moverme... pero también era incapaz de moverme porque deseaba-seguir-viendo-lo-que-estaba-pasando, quería quedarme allí, la parte suicida y oscura de mi ser se aliaba al horror producido por esas grayas desmitologizadas con todos sus ojos y todos sus dientes por que sencillamente mi bienaventurada/desdichada curiosidad (maldita y bendita al mismo tiempo) me tenía atornillado a la silla de madera de cedro. Honestamente Jhonny, la Verdad sea dicha, a pesar de estar a punto de ensuciar los calzoncillos, no tenía ni la más puta intención de zafar de allí.
Siguieron con su conversación ininteligible y empezaron a pelar la fruta, con diestros movimientos, perfectos, un auténtico y delicioso ballet de impecable armonía entre dedos, palma, muñeca y brazo, inmaculados desplazamientos, angelicales. Pero como en todo acto de hechicería esa hermosura era solo una máscara que ocultaba las verdaderas intenciones del infernal rito (la verdad es que nunca me pregunté cuáles eran esas intenciones). Y la piel de los mangos corrompidos, la cáscara sensual de esos en algún momento impolutos frutos, iba cayendo en el individual que cada una de las hermanas tenía frente a sí, cayendo sin orden alguno mientras era desgajada del cuerpo del ahora impío mango. ¿Dónde estaban los platos para las cáscaras...? ¿Dónde estaba la ed...?
Y se manifestó el horror.
En toda su espantosa magnitud.
Las señoras, dentro del acto de brujería que estaban llevando a cabo frente a un inocente crío de 9 años, habían cometido una falta en contra de todo lo que se llamaba la Educación De Los Buenos Modales que mis señores padres se habían encargado de meterme a cincelazos en el cerebro: LAS CÁSCARAS DE UNA FRUTA PELADA SE DEBEN DEJAR EN UN PLATO, SEÑORITO RIVERA, PARA ESO EXISTE EL PLATO, ¿¿¿¡¡¡CAPICCE!!!??? En ese momento y dentro de mi humilde e inocente punto de vista, además del horror agregado de tan impura experiencia, se iba a cometer otro insulto contra las buenas costumbres de todo buen cristiano...
Sigamos con lo nuestro.
Stonces... el aquelarre entró en su punto extático. Mi vieja y sus hermanas cogieron los mangos pelados, los cogieron en carne viva ¡sin haberse lavado las manos antes, horrible oye!, y entre habladurías incomprensibles, que seguramente eran alabanzas a Belcebú y compañía u oscuras oraciones dedicadas a invocar a los seres más nefastos del Avernvs, se embutieron los mangos en las fauces con impresionante obsenidad y desparpajante lujuria, los labios acariciando sexualmente la fruta, los dientes despedazando sin piedad la anaranjada carne de los mangos la cual se deshacía entre perceptibles y lastimeros quejidos de placentero dolor al ser violada por unos incisivos más parecidos a los afilados dientes de un tiburón que a los dientes de una criatura humana, y los caninos de esas brujas, ¡Jesús, María y San Pepe el Carpintero!, los caninos de esas repugnantes mujeres (¿...?) sobresalían casi diez centímetros de sus bocas, delgados y afilados, y junto con los afilados y antinaturales incisivos daban dentelladas una tras otra y una tras otra y así la carne del mango sacrificado era engullida en una orgía de degustación profana hasta lacerar la pepa de la fruta, sí, las pepas de los mangos eran literalmente atacadas a dentelladas primero y succionadas después en toda su superficie extirpando hasta el último de los inocentes pelos de la pepa la cual, una vez que no tenía nada que ofrecerles a las dementes que estaban frente a mí, era depositada junto a las cáscaras caídas, y entonces vuelta a empezar pues el escándaloso espectáculo no acabó con el primer mango que cada una de las tres mujeres tragase en las colorinches bocas (anaranjadas de tanta carne derramada) sino que siguió, y siguió, y siguió, pues cogieron cada una otro mangaso y ¡¡¡ZÁS!!! que lo miraron y ¡¡¡JUÁS!!! que lo acuchillaron y ¡¡¡FÁS!!! que lo chuparon sin misericordia alguna, el rito brutal de la gula pecaminosa, el placer de comer por comer algo en extremo delicioso, la danza sin fin del sacrificio de cada uno de esos inocentes mangos para satisfacer las papilas gustativas de unas lenguas negras y bífidas, anaranjadas ya de tanto mango aplastado, oscura ceremonia que siguió, y siguió, y siguió mientras seguían aullando un desagradable galimatías, mientras que los pútridos restos de los mangos chupados ensuciaban sus granosos y grasientos mofletes, y se derramaban por sus garras, en sus blusas, en sus faldas, manchaban sus collares, las joyas de sus manos, sus carísimos relojes, caían en el individual, en la mesa, en el piso, volaban por el aire y se estrellaban contra las paredes del comedor dejándolas embadurnadas de anaranjados rastros chorreantes sobre el blanco inmaculado... ¡Krishna, sálvame, qué salvajada tan asquerosa, malaso!
En tanto yo...
Mi pequeño y precioso mundo inocente de la infantilidad y la chiquititud estaba siendo sometido a un cruel y lento infanticidio buscado y no buscado. No buscado pues la situación se presentó de improviso; buscado pues no hice (la curiosidad...) algo por abandonar el comedor (...mató al michi). Extasiado. Maravillado. Asombrado. Paralizado. Aterrado. Asqueado. Mosqueado. ¿Mosqueado? Bueno, tal vez eso no. Lo cierto es que todas esas sensaciones se conjugaron en una y se unieron a mi problemática curiosidad inmovilizándome en la silla mientras que el repugnante acto de hechicería culinaria se desarrollaba frente a mis ojos. ¿Cuándo desaparecieron los modales de la fina mesa? ¿Dónde estaba la educación de mis tías y mi madre? ¿Por qué esas finas damas se habían convertido en hienas descontroladas frente al cadáver fresco de un elefante? ¡¡¡Oh, Frieda Holler, dónde estabas cuando más te necesitaba, dónde estaba tu Taller de Etiqueta De Mesa (Adultos)!!!
-Falquito, hijito, ¿estás bien?
-Eh... yo, pues, no, sí, sí, claro mamá.
-Ay sobrino, pero si estás verde como un loro.
-¿De verdad estás bien hijito?
-Sí, yo... Sí, no hay problema...
-Hija, que le traigan un vaso de agua a esta criatura.
-No, hija, yo creo que necesita otra cosa.
-¡Oh, pero claro, es cierto! Falquito, hijito...
La Bruja Mayor me extiende un mango recién pelado.
-¿... una chupadita?
-¡¡¡NNNNNOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Fue inevitable.
Salí corriendo como si hubiera visto al mismísimo Diablo (de hecho había estado sentado frente a tres de sus súcubos), botando la silla al suelo, escuchando unas escalofriantes y espantosas carcajadas guturales, patinando sobre el piso de parqué, dirigiéndome a toda velocidad hacia el baño en donde previa lavada de dientes (la educación sobre todo y por delante, recuerden que había estado almorzando) vomité el contenido íntegro de mi estómago incluyendo lo de ese día por la mañana, lo del viernes, lo del jueves, lo del miércoles, lo del martes y lo del lunes, y creo que hasta lo del domingo, quedando hecho una piltrafa humana de más que cadavérico aspecto que a duras penas pudo arrastrarse por el piso hasta su dormitorio para trepar desde el suelo hasta la cama y rogué al Padre De Todo en medio de lágrimas de incomprensión y de dolorosos e incontrolables calambres su Bendita Bendición Bendecidora para sumirme en un piadoso y profundo sueño que me hiciera olvidar la traumática abominación de la cual había sido testigo.
Bendición que me fue concedida.
Dos o tres horas después me desperté y como si ná salí a jugar con mis hermanos y con los amiguitos de la cuadra... Hey, un momento, ¿y qué esperaban, era un niño, no, y los niños olvidan rápido, no?
¿No?
Ya va, no me importa.
Lo que quiero decir con el recuerdo deformado de la sobremesa de un almuerzo familiar es que mi aversión por el mango se dio por ese evento. Nunca más (si es que antes lo había hecho) volví a comer un mango. Solamente ver uno me generaba gran desagrado. De alguna manera lo identificaba con la absoluta falta de modales no solamente en la mesa sino también con la forma decente en la cual una fruta es consumida. Y cada vez que veía a alguien chupar un mango pensaba lo más bajo de esa persona. Fuese quien fuese.
Y así pasaron los años hasta que, de improviso, sin pensarlo, sin quererlo, sin buscarlo, mi boca volvío a saborear uno.
Sencillamente la Gloria, Jhonny, simplemente una delicia sin comparación posible.
Es para mí, de todas las frutas que he probado, la más delicosa de todas. Y cuando está en su punto, ni muy inmadura ni muy madura, la lengua humana es agraciada con un alimento propio de los Dioses.
¿Qué es lo que me llevó a reconciliarme con este manjar y hacer de lado mis asquerosientas consideraciones? Supongo que ha sido por el cambio de dieta operado en mi existencia humana. Al dejar de comer carne (de todo tipo, y no por razones de salud sino por una consideración de orden moral) mi cuerpo ha ido pidiendo de manera instintiva ciertos nutrientes en alimentos que por décadas no habían ingresado a mi sistema digestivo. Pero lo del mango fue...
No, eso mejor ni lo escribo. Jhonny, tú lo sabes y lo comprendes, y que quede allí.
El caso es que a mi esposa le encanta esa fruta, y siempre que podía traía unos buenos mangos a casa, a los cuales yo no les hacía caso alguno. Un día mi olfato percibió un olor más que agradable en la cocina. Eran los mangos. Los vi, radiantes, brillando en medio de todas las frutas, señoriales, imponentes, "¡Qué tales mangos!", dije en voz alta, tomé el que estaba por encima de todos, el que estaba como Mufasa contemplando la sabana africana, "Circle of Life" de Sir Elton Jhon empezó a sonar en el aire de manera incomprensible (¿o era dentro de mi cabeza?), acerqué el mango a mi nariz, absorbí un olor celestial que me produjo una sensación de relajo animal como nunca antes había sentido, lo toqué y retoqué y toqueteé con mis manos sintiendo su tersa superficie, la blandura y dureza al mismo tiempo de su carne debajo de la piel, su forma, su energía, parte de su yo vegetal colectivo, cogí el brillante cuchillo para pelar fruta que estaba en el secador de platos, el único utensilio que allí se oreaba (predestinado a llevar a cabo un acto sublime) y con un suave movimiento pelé la cáscara descubriendo el anaranjado color interior que iluminó aún más la cocina, seguí pelando con delicadeza, agradeciendo la oportunidad concedida, pelé toda la fruta y, una vez desnuda frente a mí, corté un gajo de generoso tamaño y lo introduje en mi boca.
Voy a ser honrado: fue un orgasmo para el gusto.
Y no exagero.
Como la primera vez de algo que nos produce un gran placer ese momento para mí disparó un sinfin de sensaciones en la boca, un tanto difíciles de explicar pero supongo que fáciles de entender... em, claro, si es que saben lo que un orgasmo es.
Y sumido en esa placentera degustación me comí todo el mangaso, poco a poco, con ternura y agradecimiento hacia el Creador. Y después repetí el acto con un segundo. Luego con un tercero. Al final fueron cuatro al hilo.
Un festín para mi boca y mi cuerpo.
Y recién entonces tuve una sagrada epifanía, recién entonces comprendí eso que tanto se dice sobre el mango:
¡Qué gran verdad! La sabiduría popular una vez más excede toda cortesía científica. Y es que no existe comparación alguna en el mundo de las frutas con lo que uno experimenta al comer un mango, Jhonny, en serio. Y no solamente eso: lo mejor de todo es que el mango es una de las frutas más nutritivas y completas que existen. De hecho hay quienes afirman que nutricionalmente hablando el mango es el rey de las frutas... bueh, eso no sonó muy masculino que digamos, pero es una manera de decirlo. Tal vez por esa razón mi cuerpo, al estar privado de algunos de los elementos alimenticios que se encuentran en las carnes y los lácteos, tuvo esa curiosa reacción instintiva al localizar lo que me estaba faltando en los mangos de la cocina. Pues sep, el cuerpo humano es una biomáquina muy sabia y muy inteligente.
Deberíamos hacerle más caso a sus deseos y advertencias.
Pongo al final de esta entrada (simple copypeist) información interesante que les puede servir para informarse acerca del valor alimenticio de los mangos, sí, de los mangos, de esa extraordinaria fruta que ahora consumo sin reparo alguno, sin platos donde poner los gajos cortados, comiéndolo a mano desnuda, a pelo, así como una vez vi de pequeño que lo hacían un trío de pérfidas hechiceras en el comedor de mi casa, sí, lo como con desespero, con pasión, con lujuria, lamo su carne desesperado por engullirla, por saborearla, por tenerla dentro de mí, muerdo la anaranjada textura sintiendo cada átomo de la misma, demorándome eternos segundos mientras que los jugos vitales inundan mi boca y se deslizan por la garganta, gozando cada bocado de esa fruta musical que ahora, haciendo de lado cualquier estupidez acerca de las buenas costumbres, ahora sin decencia y sin contemplaciones... chupo, SÍÍÍÍ, chupo, chupo el mango, lo chupo como lo hicieran las Grayas frente a mí antaño, lo chupo, lo chupo hasta llegar a la teta..., digo a la pepa, sí, chupo la pepa del mango hasta sacarle todos los pelos... Es la Gloria.
A ver, qué dicen, ¿les apetece una chupadita?
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La fruta siempre me ha gustado. En todo caso la fruta que es dulce y la ácida (el tomate es una fruta pero no me gusta comerla en estado natural por las características de su sabor). Toda mi vida he comido frutas. Durante años (por un capricho de gustos y disgustos) reemplacé mis necesidades de verduras por fruta, fruta y más fruta, a tal punto que habían días en los cuales lo único que comía, mañana-tarde-y-noche, era fruta en estado sólido, semisólido y líquido.
A exepción de una.
A exepción de una sola fruta que, para mí, era imposible de consumir.
Desde los nueve años.
Y la causa por la cual para mí era imposible comerla se originó en un trauma.
Un trauma que tenía que ver con las buenas costumbres y la prístina educación para comportarse en la mesa que recibí en la infancia (prístina educación que con el tiempo se evaporó, a Dios doy gracias).
Claro, ya para qué darle tanta vuelta, esa fruta era el... ¡¡¡ MANGO !!!
¿Y por qué era que no me gustaba?
Como dije antes fue por una cuestión de educación, de buenos modales. Me habían enseña a comer la fruta, si es que estaba sentado en la mesa, con cubiertos. Claro que si no estaba sentado a una mesa para la degustación de mi alimentaje frutícola podía usar las manos. Pero en la mesa la fruta se servía en plato y se comía con cubiertos (a excepción de las uvas, que yo recuerde).
Ahora bien, es bastante posible (algo más que probable) que antes de lo que viví ese aciago día haya comido mangos, pero la verdad es que no guardo ningún recuerdo de eso... Tal fue el poder del trauma recibido.
Sucedió en un mes de octubre. En un almuerzo de fin de semana. Estabamos sentados a la mesa toda la familia y dos de las hermanas de mi señora madre. La cosa marchó sin contratiempos hasta el momento de la sobremesa. Como siempre, una vez acabados los alimentos, nos quedábamos (el que así lo deseaba, claro) a departir cualquier cosa de la cual se pudiera hablar. Cafecito para los adultos, alguna gaseosa para los niños, y tal vez algo de comer. Pero en vez de galletitas y pastitas lo que llegó a la mesa fue una fuente.
Una fuente llena de mangos.
Una fuente llena de mangos enteros, dentro de su cáscara, grandes, enormes mangos sin pelar, de piel rojiza, naranja y verde, maduritos, exquisitos, deliciosos (supongo, digo, ¿no?, supongo, ¿no?, digo, muchacho, diiiigo). ¿Por qué los habían traído así? En la fuente, junto con los mangos, habían unos cuatro o cinco cuchillos de pelar fruta. Era una situación bastante inusual.
Mi padre se levantó, dijo buen-provecho-muchas-gracias y se retiró del comedor. Él nunca lo supo pero en ese momento Dios lo bendijo con la divina ignorancia... ¿o es que sabía que iba a pasar algo de carácter traumático? Mis hermanos se levantaron, dijeron lo que tenían que decir y también fueron benditos por Dios con la divina ignorancia... ¿o es que también sabían que iba a pasar algo de carácter traumático...? De hecho mi hermano y mis dos hermanas, los tres, me pidieron, prácticamente me rogaron, que vaya a jugar con ellos pero... Ya saben, si son fervientes seguidores de mi letra fácil y no tan fácil (y ya que están por aquí me alegra que lo sean) sabrán que una de mis debilidades/fortalezas es la curiosidad. Así que de puro curioso me quedé en la mesa con mi señora madre y mis señoras tías pues no entendía qué papas era lo que iba a pasar con esos mangos ni pelados ni cortados ni puestos en platos individuales llegados a la mesa.
Una muy mala decisión.
¡Oh, Dios mío, por qué no me bendeciste también con la divina ignorancia, POR QUÉ!!!
El grotesco espectáculo del cual sería testigo a continuación me marcaría durante más de tres décadas.
Así que estaba sentado a la mesa junto con tres mujeres de entre 25 y 35 años, tres hermanas que cada vez que se juntaban hablaban hasta por gusto de cualquier cosa (entre importantes y francamente absurdas). Comenzaron a parlotear como solamente las hermanas adultas parlotean cada vez que se juntan y yo me quedé esperando la resolución del misterio de los mangos sin pelar mientras que simulaba escuchar cualquier cosa que estuviesen diciendo.
Entonces empezó...
Jhonny, te juro que cada vez que he recordado ese incidente era algo bastante desagradable, me causaba dolores de cabeza, núaseas, y rememoraba al borde de las lágrimas la imagen sempiterna que guardaba de esa sobremesa, la vívida imagen de estar frente a un pecaminoso aquelarre celebrado por tres desagradables hechiceras... Oh, Dios, Dios bendito, perdóname por mi falta de comprensión, te lo ruego, ¡¡¡pero es que en ese momento fue demasiado!!!
Lo primero que hizo la bruja mayor (es decir mi vieja) fue tomar el mango que estaba en el tope superior de la ofrenda ceremonial (es decir todos los mangos) y, después de observarlo con lujuria y llevárselo a la nariz de una manera más que obscena, depositolo frente a ella y empezó a acariciar la tersa piel de la fruta con la diestra mientras que con la siniestra cogió otra de las ofrendas frutales y se la dio a una hermana para luego hacer lo mismo con otro de los mangos satánicos y dárselo a la otra maga. Ambas nigromantes repitieron lo mismo que hiciese la Nigromante Mayor en medio de palabras incomprensibles, de una lengua arcana como nunca antes se había escuchado en esa bendita casa de Dios que ocasionó un oscurecimiento sobrenatural del comedor, un lugar santo que tenía una hermosa luz divina a toda hora del día y de la noche, amén. La infernal cháchara cesó abruptamente. Mi madre tomó su cuchillo de pelar fruta, levantó su mango de color naranja con tintes verdes y rojos hasta la altura de los ojos y empezó a susurrar algo que no llegué a entender con claridad pero que me heló la sangre. Sus hermanas repitieron los mismos movimientos. Las tres se quedaron inmóviles, estatuas malévolas contemplando corrompidos objetos. Y de pronto, sin advertencia alguna, de improviso, sin que nadie me avisase, un grito que hizo que todos los pelos de mi cuerpo se pusieran tiesos como el más duro de los palos:
-¡¡¡AYYYYYYYYYHIJAAAAAAA-AAAAQUEEEEENOOOOOOSAAAAABEEEEESSS!!!
Y ¡¡¡JUÁS!!! que sale volando el cuchillo de pelar fruta y se entierra en el mango ceremonial y ¡¡¡REJUÁS!!! que las otras dos hechiceras hacen lo mismo mientras gritan de manera horrísona:
-¡¡¡QUÉÉÉÉÉÉCOOOOSAAAAHIIIIJAAAA-CUUUEEEEENTAAAAACUUUEEEEENTAAAAA!!!
Era, y recién ahora puedo hacer la comparación, como escuchar el grito de los Nazgul de "El Señor de los Anillos", hiriente, horripilante, me daba la impresión de que mis tímpanos iban a estallar y al mismo tiempo se me congeló el cuerpo, casi me convertí en piedra por el miedo, de verdad era incapaz de moverme... pero también era incapaz de moverme porque deseaba-seguir-viendo-lo-que-estaba-pasando, quería quedarme allí, la parte suicida y oscura de mi ser se aliaba al horror producido por esas grayas desmitologizadas con todos sus ojos y todos sus dientes por que sencillamente mi bienaventurada/desdichada curiosidad (maldita y bendita al mismo tiempo) me tenía atornillado a la silla de madera de cedro. Honestamente Jhonny, la Verdad sea dicha, a pesar de estar a punto de ensuciar los calzoncillos, no tenía ni la más puta intención de zafar de allí.
Siguieron con su conversación ininteligible y empezaron a pelar la fruta, con diestros movimientos, perfectos, un auténtico y delicioso ballet de impecable armonía entre dedos, palma, muñeca y brazo, inmaculados desplazamientos, angelicales. Pero como en todo acto de hechicería esa hermosura era solo una máscara que ocultaba las verdaderas intenciones del infernal rito (la verdad es que nunca me pregunté cuáles eran esas intenciones). Y la piel de los mangos corrompidos, la cáscara sensual de esos en algún momento impolutos frutos, iba cayendo en el individual que cada una de las hermanas tenía frente a sí, cayendo sin orden alguno mientras era desgajada del cuerpo del ahora impío mango. ¿Dónde estaban los platos para las cáscaras...? ¿Dónde estaba la ed...?
Y se manifestó el horror.
En toda su espantosa magnitud.
Las señoras, dentro del acto de brujería que estaban llevando a cabo frente a un inocente crío de 9 años, habían cometido una falta en contra de todo lo que se llamaba la Educación De Los Buenos Modales que mis señores padres se habían encargado de meterme a cincelazos en el cerebro: LAS CÁSCARAS DE UNA FRUTA PELADA SE DEBEN DEJAR EN UN PLATO, SEÑORITO RIVERA, PARA ESO EXISTE EL PLATO, ¿¿¿¡¡¡CAPICCE!!!??? En ese momento y dentro de mi humilde e inocente punto de vista, además del horror agregado de tan impura experiencia, se iba a cometer otro insulto contra las buenas costumbres de todo buen cristiano...
¡¡¡CHUPAR EL MANGO!!!
Ya, bueno, esta no es una foto de mi vieja y de mis tías, lo sé, es una foto de no sé qué parte de la India (terruño donde se origina esta maravillosa fruta) donde se hace un concurso anual de comer mango a chupadas. Pero esta imagen que encontré en Internet es más o menos similar a lo que mis ingenuos ojos tuvieron que hacer fente, Jhonny, en serio.Sigamos con lo nuestro.
Stonces... el aquelarre entró en su punto extático. Mi vieja y sus hermanas cogieron los mangos pelados, los cogieron en carne viva ¡sin haberse lavado las manos antes, horrible oye!, y entre habladurías incomprensibles, que seguramente eran alabanzas a Belcebú y compañía u oscuras oraciones dedicadas a invocar a los seres más nefastos del Avernvs, se embutieron los mangos en las fauces con impresionante obsenidad y desparpajante lujuria, los labios acariciando sexualmente la fruta, los dientes despedazando sin piedad la anaranjada carne de los mangos la cual se deshacía entre perceptibles y lastimeros quejidos de placentero dolor al ser violada por unos incisivos más parecidos a los afilados dientes de un tiburón que a los dientes de una criatura humana, y los caninos de esas brujas, ¡Jesús, María y San Pepe el Carpintero!, los caninos de esas repugnantes mujeres (¿...?) sobresalían casi diez centímetros de sus bocas, delgados y afilados, y junto con los afilados y antinaturales incisivos daban dentelladas una tras otra y una tras otra y así la carne del mango sacrificado era engullida en una orgía de degustación profana hasta lacerar la pepa de la fruta, sí, las pepas de los mangos eran literalmente atacadas a dentelladas primero y succionadas después en toda su superficie extirpando hasta el último de los inocentes pelos de la pepa la cual, una vez que no tenía nada que ofrecerles a las dementes que estaban frente a mí, era depositada junto a las cáscaras caídas, y entonces vuelta a empezar pues el escándaloso espectáculo no acabó con el primer mango que cada una de las tres mujeres tragase en las colorinches bocas (anaranjadas de tanta carne derramada) sino que siguió, y siguió, y siguió, pues cogieron cada una otro mangaso y ¡¡¡ZÁS!!! que lo miraron y ¡¡¡JUÁS!!! que lo acuchillaron y ¡¡¡FÁS!!! que lo chuparon sin misericordia alguna, el rito brutal de la gula pecaminosa, el placer de comer por comer algo en extremo delicioso, la danza sin fin del sacrificio de cada uno de esos inocentes mangos para satisfacer las papilas gustativas de unas lenguas negras y bífidas, anaranjadas ya de tanto mango aplastado, oscura ceremonia que siguió, y siguió, y siguió mientras seguían aullando un desagradable galimatías, mientras que los pútridos restos de los mangos chupados ensuciaban sus granosos y grasientos mofletes, y se derramaban por sus garras, en sus blusas, en sus faldas, manchaban sus collares, las joyas de sus manos, sus carísimos relojes, caían en el individual, en la mesa, en el piso, volaban por el aire y se estrellaban contra las paredes del comedor dejándolas embadurnadas de anaranjados rastros chorreantes sobre el blanco inmaculado... ¡Krishna, sálvame, qué salvajada tan asquerosa, malaso!
En tanto yo...
Mi pequeño y precioso mundo inocente de la infantilidad y la chiquititud estaba siendo sometido a un cruel y lento infanticidio buscado y no buscado. No buscado pues la situación se presentó de improviso; buscado pues no hice (la curiosidad...) algo por abandonar el comedor (...mató al michi). Extasiado. Maravillado. Asombrado. Paralizado. Aterrado. Asqueado. Mosqueado. ¿Mosqueado? Bueno, tal vez eso no. Lo cierto es que todas esas sensaciones se conjugaron en una y se unieron a mi problemática curiosidad inmovilizándome en la silla mientras que el repugnante acto de hechicería culinaria se desarrollaba frente a mis ojos. ¿Cuándo desaparecieron los modales de la fina mesa? ¿Dónde estaba la educación de mis tías y mi madre? ¿Por qué esas finas damas se habían convertido en hienas descontroladas frente al cadáver fresco de un elefante? ¡¡¡Oh, Frieda Holler, dónde estabas cuando más te necesitaba, dónde estaba tu Taller de Etiqueta De Mesa (Adultos)!!!
-Falquito, hijito, ¿estás bien?
-Eh... yo, pues, no, sí, sí, claro mamá.
-Ay sobrino, pero si estás verde como un loro.
-¿De verdad estás bien hijito?
-Sí, yo... Sí, no hay problema...
-Hija, que le traigan un vaso de agua a esta criatura.
-No, hija, yo creo que necesita otra cosa.
-¡Oh, pero claro, es cierto! Falquito, hijito...
La Bruja Mayor me extiende un mango recién pelado.
-¿... una chupadita?
-¡¡¡NNNNNOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Fue inevitable.
Salí corriendo como si hubiera visto al mismísimo Diablo (de hecho había estado sentado frente a tres de sus súcubos), botando la silla al suelo, escuchando unas escalofriantes y espantosas carcajadas guturales, patinando sobre el piso de parqué, dirigiéndome a toda velocidad hacia el baño en donde previa lavada de dientes (la educación sobre todo y por delante, recuerden que había estado almorzando) vomité el contenido íntegro de mi estómago incluyendo lo de ese día por la mañana, lo del viernes, lo del jueves, lo del miércoles, lo del martes y lo del lunes, y creo que hasta lo del domingo, quedando hecho una piltrafa humana de más que cadavérico aspecto que a duras penas pudo arrastrarse por el piso hasta su dormitorio para trepar desde el suelo hasta la cama y rogué al Padre De Todo en medio de lágrimas de incomprensión y de dolorosos e incontrolables calambres su Bendita Bendición Bendecidora para sumirme en un piadoso y profundo sueño que me hiciera olvidar la traumática abominación de la cual había sido testigo.
Bendición que me fue concedida.
Dos o tres horas después me desperté y como si ná salí a jugar con mis hermanos y con los amiguitos de la cuadra... Hey, un momento, ¿y qué esperaban, era un niño, no, y los niños olvidan rápido, no?
¿No?
Ya va, no me importa.
Lo que quiero decir con el recuerdo deformado de la sobremesa de un almuerzo familiar es que mi aversión por el mango se dio por ese evento. Nunca más (si es que antes lo había hecho) volví a comer un mango. Solamente ver uno me generaba gran desagrado. De alguna manera lo identificaba con la absoluta falta de modales no solamente en la mesa sino también con la forma decente en la cual una fruta es consumida. Y cada vez que veía a alguien chupar un mango pensaba lo más bajo de esa persona. Fuese quien fuese.
Y así pasaron los años hasta que, de improviso, sin pensarlo, sin quererlo, sin buscarlo, mi boca volvío a saborear uno.
Sencillamente la Gloria, Jhonny, simplemente una delicia sin comparación posible.
Es para mí, de todas las frutas que he probado, la más delicosa de todas. Y cuando está en su punto, ni muy inmadura ni muy madura, la lengua humana es agraciada con un alimento propio de los Dioses.
¿Qué es lo que me llevó a reconciliarme con este manjar y hacer de lado mis asquerosientas consideraciones? Supongo que ha sido por el cambio de dieta operado en mi existencia humana. Al dejar de comer carne (de todo tipo, y no por razones de salud sino por una consideración de orden moral) mi cuerpo ha ido pidiendo de manera instintiva ciertos nutrientes en alimentos que por décadas no habían ingresado a mi sistema digestivo. Pero lo del mango fue...
No, eso mejor ni lo escribo. Jhonny, tú lo sabes y lo comprendes, y que quede allí.
El caso es que a mi esposa le encanta esa fruta, y siempre que podía traía unos buenos mangos a casa, a los cuales yo no les hacía caso alguno. Un día mi olfato percibió un olor más que agradable en la cocina. Eran los mangos. Los vi, radiantes, brillando en medio de todas las frutas, señoriales, imponentes, "¡Qué tales mangos!", dije en voz alta, tomé el que estaba por encima de todos, el que estaba como Mufasa contemplando la sabana africana, "Circle of Life" de Sir Elton Jhon empezó a sonar en el aire de manera incomprensible (¿o era dentro de mi cabeza?), acerqué el mango a mi nariz, absorbí un olor celestial que me produjo una sensación de relajo animal como nunca antes había sentido, lo toqué y retoqué y toqueteé con mis manos sintiendo su tersa superficie, la blandura y dureza al mismo tiempo de su carne debajo de la piel, su forma, su energía, parte de su yo vegetal colectivo, cogí el brillante cuchillo para pelar fruta que estaba en el secador de platos, el único utensilio que allí se oreaba (predestinado a llevar a cabo un acto sublime) y con un suave movimiento pelé la cáscara descubriendo el anaranjado color interior que iluminó aún más la cocina, seguí pelando con delicadeza, agradeciendo la oportunidad concedida, pelé toda la fruta y, una vez desnuda frente a mí, corté un gajo de generoso tamaño y lo introduje en mi boca.
Voy a ser honrado: fue un orgasmo para el gusto.
Y no exagero.
Como la primera vez de algo que nos produce un gran placer ese momento para mí disparó un sinfin de sensaciones en la boca, un tanto difíciles de explicar pero supongo que fáciles de entender... em, claro, si es que saben lo que un orgasmo es.
Y sumido en esa placentera degustación me comí todo el mangaso, poco a poco, con ternura y agradecimiento hacia el Creador. Y después repetí el acto con un segundo. Luego con un tercero. Al final fueron cuatro al hilo.
Un festín para mi boca y mi cuerpo.
Y recién entonces tuve una sagrada epifanía, recién entonces comprendí eso que tanto se dice sobre el mango:
¡Qué gran verdad! La sabiduría popular una vez más excede toda cortesía científica. Y es que no existe comparación alguna en el mundo de las frutas con lo que uno experimenta al comer un mango, Jhonny, en serio. Y no solamente eso: lo mejor de todo es que el mango es una de las frutas más nutritivas y completas que existen. De hecho hay quienes afirman que nutricionalmente hablando el mango es el rey de las frutas... bueh, eso no sonó muy masculino que digamos, pero es una manera de decirlo. Tal vez por esa razón mi cuerpo, al estar privado de algunos de los elementos alimenticios que se encuentran en las carnes y los lácteos, tuvo esa curiosa reacción instintiva al localizar lo que me estaba faltando en los mangos de la cocina. Pues sep, el cuerpo humano es una biomáquina muy sabia y muy inteligente.
Deberíamos hacerle más caso a sus deseos y advertencias.
Pongo al final de esta entrada (simple copypeist) información interesante que les puede servir para informarse acerca del valor alimenticio de los mangos, sí, de los mangos, de esa extraordinaria fruta que ahora consumo sin reparo alguno, sin platos donde poner los gajos cortados, comiéndolo a mano desnuda, a pelo, así como una vez vi de pequeño que lo hacían un trío de pérfidas hechiceras en el comedor de mi casa, sí, lo como con desespero, con pasión, con lujuria, lamo su carne desesperado por engullirla, por saborearla, por tenerla dentro de mí, muerdo la anaranjada textura sintiendo cada átomo de la misma, demorándome eternos segundos mientras que los jugos vitales inundan mi boca y se deslizan por la garganta, gozando cada bocado de esa fruta musical que ahora, haciendo de lado cualquier estupidez acerca de las buenas costumbres, ahora sin decencia y sin contemplaciones... chupo, SÍÍÍÍ, chupo, chupo el mango, lo chupo como lo hicieran las Grayas frente a mí antaño, lo chupo, lo chupo hasta llegar a la teta..., digo a la pepa, sí, chupo la pepa del mango hasta sacarle todos los pelos... Es la Gloria.
A ver, qué dicen, ¿les apetece una chupadita?
........................................................................
EL MANGO
1.-
UN ALIMENTO MUY ANTIOXIDANTE
El mango es un alimento de sabor exquisito, de fácil
consumo y, además, muy saludable. Razones por las que se recomienda a cualquier edad.
Una pieza de esta fruta de unos 200 g cubre las necesidades diarias de vitamina C
en un individuo adulto, el 30% de las de vitamina A y el 23% de las de vitamina
E.
El mango aporta unas 65 kcal/100 gramos, por lo que se considera una fruta con un
moderado contenido calórico.
Estas calorías proceden mayoritariamente de los hidratos de carbono que
contiene, ya que prácticamente carece
de grasas y de proteínas.
2.- MACRONUTRIENTES
El mango es muy rico en vitaminas A, C y E, de acción
antioxidante, capaces de neutralizar los radicales libres responsables del
envejecimiento y factor de riesgo de diversas enfermedades degenerativas,
cardiovasculares e incluso algunos tipos de cánceres.
Destaca su elevado contenido en vitamina A y en betacarotenos,
que se transforman en el organismo en vitamina A, conforme éste la va
necesitando. La vitamina A es esencial para una correcta visión, ayuda a
conseguir un buen estado de la piel y mucosas, y previene de las infecciones
respiratorias. El consumo de esta fruta puede ser una estrategia nutricional
muy útil en la prevención de la ceguera causada por el déficit de esta vitamina
en niños de los países en vías desarrollo. El organismo, además, asimila mejor
este nutriente gracias a la presencia de vitamina E, que protege a la vitamina
A de su oxidación en el intestino y en los tejidos.
El mango es una excelente fuente de vitamina E. Una pieza de 200 g aporta
más del 20% de la cantidad diaria recomendada en un adulto. Sorprende su contenido
en esta vitamina al tratarse de una fruta, pues los alimentos más ricos en
vitamina E suelen ser aceites y grasas.
Es igualmente rico en vitamina C. La vitamina C interviene en la formación de los
glóbulos rojos, colágeno, huesos y dientes y favorece la absorción del hierro
presente en los alimentos, a la vez que refuerza el sistema de defensa del
organismo frente a infecciones y alergias, reduce los niveles de colesterol y
retrasa el proceso de envejecimiento de las células.
Presenta asimismo pequeñas cantidades de vitaminas del grupo B, como la tiamina
(B1) la riboflavina (B2) y piridoxina (B6), necesarias para el buen
funcionamiento del sistema nervioso, la salud de la piel y el cabello, así como
para la síntesis de aminoácidos y el metabolismo de las grasas, entre otros. De
esta manera, comer mango ayuda, en cierto modo, a prevenir la caída del
cabello, alivia o previene los problemas de la piel, la debilidad muscular y
los trastornos de origen nervioso.
Además, el mango aporta ácido fólico,
una vitamina fundamental en las mujeres embarazadas ya que reduce el riesgo de
malformaciones congénitas.
3.- VITAMINAS
El mango es muy rico en vitaminas A, C y E, de acción
antioxidante, capaces de neutralizar los radicales libres responsables del
envejecimiento y factor de riesgo de diversas enfermedades degenerativas,
cardiovasculares e incluso algunos tipos de cánceres.
Destaca su elevado contenido en vitamina A y en betacarotenos,
que se transforman en el organismo en vitamina A, conforme éste la va
necesitando. La vitamina A es esencial para una correcta visión, ayuda a
conseguir un buen estado de la piel y mucosas, y previene de las infecciones
respiratorias. El consumo de esta fruta puede ser una estrategia nutricional
muy útil en la prevención de la ceguera causada por el déficit de esta vitamina
en niños de los países en vías desarrollo. El organismo, además, asimila mejor
este nutriente gracias a la presencia de vitamina E, que protege a la vitamina
A de su oxidación en el intestino y en los tejidos.
El mango es una excelente fuente de vitamina E. Una pieza de 200 g aporta
más del 20% de la cantidad diaria recomendada en un adulto. Sorprende su
contenido en esta vitamina al tratarse de una fruta, pues los alimentos más ricos
en vitamina E suelen ser aceites y grasas.
Es igualmente rico en vitamina C. La vitamina C interviene en la formación de los
glóbulos rojos, colágeno, huesos y dientes y favorece la absorción del hierro
presente en los alimentos, a la vez que refuerza el sistema de defensa del
organismo frente a infecciones y alergias, reduce los niveles de colesterol y
retrasa el proceso de envejecimiento de las células.
Presenta asimismo pequeñas cantidades de vitaminas del grupo B, como la tiamina
(B1) la riboflavina (B2) y piridoxina (B6), necesarias para el buen
funcionamiento del sistema nervioso, la salud de la piel y el cabello, así como
para la síntesis de aminoácidos y el metabolismo de las grasas, entre otros. De
esta manera, comer mango ayuda, en cierto modo, a prevenir la caída del
cabello, alivia o previene los problemas de la piel, la debilidad muscular y
los trastornos de origen nervioso.
Además, el mango aporta ácido
fólico, una vitamina fundamental en las mujeres embarazadas ya que
reduce el riesgo de malformaciones congénitas.
4.- MINERALES
El mango es rico en potasio, un mineral necesario para mantener en forma el sistema
cardiovascular, ya que favorece los movimientos del corazón, a la vez que
favorece la función renal. Las deficiencias de potasio no son muy habituales en
una dieta normal, pero sí pueden ocurrir en situaciones muy específicas, como
en algunos tratamientos antihipertensivos donde el uso de diuréticos ocasiona
importantes pérdidas de este mineral por la orina, o en el caso de deportistas
de alto rendimiento que sufren de importantes pérdidas de potasio a través del
sudor.
El selenio
es un mineral con capacidad antioxidante presente en mayor cantidad en otros
alimentos como mariscos y vísceras. Sin embargo, también está presente en
frutas tropicales, como el mango, en mayor proporción si se compara con su
contenido en otras frutas.
También contiene pequeñas
cantidades de otros minerales como:
- Magnesio,
importante para la actividad muscular y con cierto efecto laxante;
- Yodo,
necesario para el buen funcionamiento del tiroides;
- Calcio
para mantener unos huesos sólidos;
-Cinc,
esencial para la salud del pelo, la vista, así como para la función
reproductora;
-Hierro, gracias al cual el
organismo produce hemoglobina (molécula encargada de transportar el oxígeno por
la sangre) y que ve favorecida su absorción por la presencia de vitamina C. Por
esta razón, aunque el hierro esté presente en pequeña cantidad, puede resultar
interesante para prevenir la anemia, algo relativamente frecuente en mujeres
embarazadas o en edad fértil.
5.- FIBRA
El mango contiene asimismo ácidos orgánicos (ácido málico, tartárico...) en pequeña cantidad
(menos del 1%) y flavonoides,
como la quercetina, de propiedades antioxidantes.
Del equilibrio existente entre el contenido en ácidos
orgánicos y azúcares, dependerá su sabor. En definitiva, y según su composición
nutricional, se puede afirmar que esta fruta es una de las más indicadas para todas las edades, para deportistas,
embarazadas, personas convalecientes de alguna enfermedad, personas que sigan
una dieta de adelgazamiento, hipertensas con tratamientos de diuréticos que
eliminan potasio, en situaciones de estrés, fumadores, etc.
Únicamente deberían pues moderar o evitar
su consumo, aquellos enfermos renales que sigan dietas de control de
potasio, en casos de diarrea, trastornos gastrointestinales (estómago delicado,
gastritis, etc.).
Información nutricional del Mango
Esta es la composición nutricional del Mango por cada 100 gramos de producto comestible.
Calorías: 60 kcal
Mango: nutrientes
Nutriente
|
Por cada 100g
|
Agua
|
83.46g
|
Proteínas
|
0.82g
|
Lípidos
|
0.38g
|
Ceniza
|
0.36g
|
Hidratos de Carbono
|
14.98g
|
Mango: Hidratos de Carbono
Nutriente
|
Por cada 100g
|
Fibra
|
1.6g
|
Azúcares
|
13.66g
|
Mango: Minerales
Nutriente
|
Por cada 100g
|
Calcio
|
11mg
|
Hierro
|
0.16mg
|
Magnesio
|
10mg
|
Fósforo
|
14mg
|
Potasio
|
168mg
|
Sodio
|
1mg
|
Zinc
|
0.09mg
|
Cobre
|
0.111mg
|
Manganeso
|
0.063mg
|
Selenio
|
0.0006mg
|
Mango: Vitaminas
Vitamina
|
Por cada 100g
|
Vitamina C
|
36.4mg
|
Vitamina B1
|
0.028mg
|
Vitamina B2
|
0.038mg
|
Vitamina B3
|
0.669mg
|
Vitamina B5
|
0.197mg
|
Vitamina B6
|
0.119mg
|
Vitamina B12
|
0mg
|
Vitamina B9
|
0.043mg
|
Vitamina B7
|
7.6mg
|
Vitamina E
|
0.9mg
|
Vitamina D
|
0mg
|
Vitamina K
|
0.0042mg
|
Vitamina A : 1082IU
Mango: Antioxidantes Carotenoides
Nutriente
|
Por cada 100g
|
Alfa Caroteno
|
9μg
|
Beta Caroteno
|
640μg
|
Beta Criptoxantina
|
10μg
|
Licopeno
|
3μg
|
Luteina y Zeaxantina
|
23μg
|
Mango: Ácidos grasos
Nutriente
|
Por cada 100g
|
Ácidos grasos saturados
|
0.092g
|
Ácidos grasos monoinsaturados
|
0.14g
|
Ácidos grasos poliinsaturados
|
0.071g
|